Vuelta a la más intima molécula del viaje. La aventura. El desconocimiento. Y ¿por qué no decirlo?. El miedo. El miedo de si somos o no capaces de realizar la aventura tal y como estaba planeada. El miedo de si el espíritu del camino, ese que nos acompaña y casi siempre nos sonrie, nos dejará solos por un rato... y notaremos la angustía de verdad.
Horas y horas en solitario. Horas y horas en las que Cris y yo nos sentíamos abrazados por la naturaleza más viva. Sin más hombre alrededor que nosotros. Qué solos nos hemos llegado a sentir.
Espiritu Altaïr
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