La nave Altaïr nos traía de uno de los encuentros que se hayará siempre entre los más divertidos y significativos que hemos tenido en los últimos tiempos.

Todo comenzó cuando a mediados de semana Juan Sudafricano me llamó diciéndo que nuestro amiguete Javier Monteoliva iba a acudir a su bar el pasado Jueves.

Teníamos muchas ganas de ver a Javier. Un repentino cambio de planes en nuestra última Transcantábrica dió al traste con un montón de conversaciones que teníamos pendientes.

Además... los Aventureros Varados tambien acudían a su cita habitual.

No podíamos faltar!

Y allí nos llevó Altair.

Pudimos no sólo hablar con Javier sino tambien conocer a muchos de sus ámigos de HTC, con los que nos une una misma adicción.

Moto.

Y hablamos.

No solemos movernos por los lugares en función del ambiente, pero aquella noche, lejos de clubes, de movimientos empresariales dirigidos a adoctrinar mentes en función de una u otra causa... hablamos. Viajes. Motos. Batallas.

Risas.

Y más viajes.

Tras cada conversación latían los nervios previos al viaje. A lo desconocido.

Nuevas rutas. Nuevas tierras.

¿Hacia el gran Norte o el lejano Sur?.

Altaïr esperaba fuera apiñada entre las enormes máquinas que se habían dado cita en el lugar. Podía oir el bullicio que hombres y mujeres producian.

Horas más tarde.

En esas horas que cuesta confesar un Jueves por la noche.

Altaïr rompía con su estruendo la calma que en la cálida noche rodeaba la M-50.

Un golpe mudo.

La propulsión dejó de existir.

La nave comenzó a perder velocidad.

Aventura.

¿Por que siempre nos pasa esto cuando la aventura llama a nuestra puerta?

Hacía mucho tiempo que no nos ocurría.

Hacía mucho tiempo que nadie nos había regalado lo que habíamos vivido en el Bar de Juan...

Aventura.

El resto es conocido por todos.

Llamadita.

Grua.

Taxi.

Ayer por la tarde pude comprobar que Altaïr se encuentra ya en el taller.

Hoy ha dormido sola.